miércoles, 4 de julio de 2012

Locke y el derecho a la rebelión


Para John Locke, el derecho que tienen los gobernantes de ejercer el poder sobre sus súbditos proviene del hecho de haber recibido por parte de éstos el poder político del que disponían en el estado de naturaleza, y que les han entregado por su propio bien y para la defensa de su propiedad. No obstante, Locke creía que un gobierno sólo gobernaría en favor del bien común mientras mantuviera el temor a la oposición y al levantamiento de los hombres. Y esta posibilidad se funda en que cuando un pueblo es oprimido tiene derecho a resistir, tiene incluso la obligación de combatir los gobiernos ilegítimos, de derrocarlos y de reemplazarlos. Cuando los gobernantes se exceden en el ejercicio del poder que tienen derecho a ejercer sobre sus súbditos, entonces se convierten en déspotas que pueden y deben ser resistidos.


[E[l fin que se proponen (los hombres) al elegir y autorizar a los miembros de la legislatura es que se hagan leyes y normas que sean como salvaguardas y barreras que protejan las propiedades de todos los miembros de la sociedad, para así limitar el poder y moderar el dominio que cada miembro o parte de esa sociedad pueda tener sobre los demás. Nunca podría suponerse que lo que la sociedad quiere es que la legislatura tenga el poder de destruir lo que cada miembro quiso asegurar al entrar en sociedad; eso sería contrario a la razón por la que el pueblo se sometió a los legisladores que él mismo estableció.
Siempre que los legisladores tratan de arrebatar y destruir la propiedad del pueblo, o intentan reducir al pueblo a la esclavitud bajo un poder arbitrario, están poniéndose a sí mismos en un estado de guerra con el pueblo, el cual, por eso mismo, queda absuelto de prestar obediencia, y libre para acogerse al único refugio que Dios ha procurado a todos los hombres frente ala fuerza y la violencia. Por lo tanto, siempre que el poder legislativo viole esta ley fundamental de la sociedad, y ya sea por ambición, por miedo, por insensatez o por corrupción, trate de acumular excesivo poder o de depositarlo en manos de cualquier otro, es decir, un poder sobre las vidas, las libertades y los bienes del pueblo, estará traicionando su misión; y, por ello mismo, estará trocando el poder que el pueblo puso en sus manos, por otro con fines distintos. Y al hacer esto, estará devolviendo al pueblo el poder que éste le dio, y el pueblo tendrá entonces el derecho de retomar su libertad original y el de establecer un nuevo cuerpo legislativo que le parezca apropiado y que le proporcione protección y seguridad, que es el fin que perseguía al unirse  en sociedad. 

Pero si quienes dicen que esta doctrina “está sembrando la semilla de la rebelión” quieren con ello dar a entender que el decir al pueblo que está absuelto de prestar obediencia cuando se intenta invadir sus libertades o propiedades (…) es una doctrina impermisible porque resulta destructiva para la paz del mundo, entonces podrían agregar también, basándose en lo mismo, que los hombres honestos no pueden oponerse a los ladrones y piratas, porque esto puede dar ocasión a desorden y a derramamiento de sangre.
[…]
Si un hombre inocente y honesto está obligado a no abrir la boca y a abandonar todo lo que tiene, simplemente para no romper la paz, y tiene que ceder ante quien pone violentamente las manos sobre él, yo pediría que se considerase qué clase de paz habría en este mundo: una paz que consistiría en la violencia y en la rapiña, yque habría de mantenerse para beneficio exclusivo de ladrones y opresores. ¿A quién no le parecería una pazadmirable entre el poderoso y el débil el espectáculo de ver a un cordero ofrecer sin resistencia su garganta para que ésta fuese destrozada por el fiero lobo?

John Locke (1680) Segundo tratado sobre el gobierno civil. Capítulo XIX.

Ilustración de
Paula Kuczynskiego

© Filosoferos 2012

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