Para Hume, toda idea debe ser reducida, en última instancia, a una impresión. El procedimiento analítico de Hume es inspeccionar las ideas hasta llegar a la impresión de la cual proceden, ya que lo dado, la realidad última a la que accedemos, son las impresiones. Toda idea que haga referencia a hechos se formó a partir de una impresión: si no podemos hallar la impresión a partir de la cual se formó determinada idea, entonces esa idea es ficticia, es sólo una palabra confusa.
La idea de causalidad no puede ser reducida a impresión alguna: entre el hecho que experimentamos como causa, y el hecho que experimentamos como efecto, no tenemos una vivencia de un tercer acontecimiento, una relación o fuerza. Por lo tanto, la causalidad no es una idea que se refiera a un vínculo entre los hechos, sino solamente a una impresión interna de nuestra mente; según Hume transferimos a los objetos esta experiencia, les aplicamos a los objetos externos las sensaciones internas que ellos nos ocasionan.
El hábito de percibir que algunos hechos ocurren con cierta regularidad genera en nosotros una creencia, que es la que guía todas nuestras posibilidades de predecir el comportamiento del mundo. Cuando unos acontecimientos se suceden regularmente, generalizamos y creemos que en el futuro ocurrirá del mismo modo.
En última instancia, la ciencia consiste en la formulación de leyes generales, las "leyes de la naturaleza", a partir de la generalización de experiencias particulares ocurridas regularmente (la secuencia "del hecho A se siguió el hecho B) mediante la inducción. Sin embargo, este paso de la experiencia particular a las leyes no se justifica lógicamente sino que encuentra su único fundamento en la costumbre, en el hábito. Por eso para Hume, es la costumbre la gran guía de la vida humana.
(c) Filosoferos 2012
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