Arthur C. Danto (Michigan, 1924) sostiene que, para una obra
de arte contemporáneo, la belleza es una especie de delito estético. Profesor
emérito de la Universidad de Columbia (Nueva York) y crítico de arte de The
Nation desde hace poco más de dos décadas, es autor de una serie de libros
como El fin del arte (1984), La transfiguración del lugar común (2002)
y La Madonna del futuro (2003) y uno de los teóricos más influyentes
en Estados Unidos. Acaba de aparecer su último trabajo, El abuso de la
belleza (Paidós).
Fietta Jarque, 2 de abril de 2005
PUBLICADO EN EL PAIS http://elpais.com/diario/2005/04/02/babelia/1112398750_850215.html
PUBLICADO EN EL PAIS http://elpais.com/diario/2005/04/02/babelia/1112398750_850215.html
Ha vuelto a remover las ideas de las artes plásticas con su libro El abuso de la belleza. Es uno de los más notables filósofos del arte que, en su nueva obra, reflexiona sobre el concepto de la creación plástica en esta época en la que los artistas tienen libertad total. Autor de títulos como El fin del arte, el estadounidense dará en Madrid una conferencia en el Instituto de Crédito Oficial el 19 de abril.
"La idea que he estado desarrollando sobre el fin
del arte tiene que ver con una concepción de la historia del arte como una
disciplina progresiva. Como la ciencia" "Picasso,
con el Guernica, quería hacer la antítesis de una obra bella"
PREGUNTA. ¿Cuál es el
actual significado de la belleza para el arte contemporáneo?
RESPUESTA. Ésa es la
pregunta que me planteé al escribir El abuso de la belleza. Lo que el libro trata de explicar son
las probablemente buenas razones por las que la gente no da por sentado que el
arte actual tiene que ser bello. Al inicio del siglo XX la belleza era uno de
los propósitos, se trataba de crear un objeto hermoso con el fin de lograr la
delectación estética. A principios del siglo XXI nos encontramos en una
situación muy distinta. Lo que el libro intenta hacer es explicar, desde el
punto de vista de la historia del arte, por qué sucedió eso. Por qué se fue la
belleza y nunca más volvió. Por otro lado, también he procurado explicar por
qué es una opción y no una obligación o una necesidad para el artista el hacer
un objeto bello. Como consecuencia de esto, ofrezco un análisis que sugiere que
la opción de hacer algo bello está indicado cuando su ser bello contribuya al
significado de la obra. Yo llamo a eso belleza interna.
P. Como usted señala en
su libro, todo empezó con la actitud de los dadaístas que rechazaron la idea de
la belleza por no someter su trabajo al gusto de una clase dominante que había
llevado a la terrible y traumática carnicería de la Primera Guerra Mundial.
R. Así es. La concepción
de los dadaístas en 1915, en Zúrich, desde donde podían escuchar el bramido de
los cañones, les llevó a decidir que ellos no proveerían de belleza a una
sociedad capaz de una guerra como ésa. Y allí es que surge este grupo de buenos
artistas, originales y profundos, que deciden hacer un arte deliberadamente
antiestético. Debieron sentir que hacían algo profundamente significativo al
abusar (vejar) de la belleza. Produjeron un trabajo que expresaba su revulsión,
su indignación. Pero desde esa época se ha estimado que si eres serio como
artista lo expresarás rechazando la belleza en tu trabajo. Ésa era la
situación, aunque luego empecé a pensar en ciertos trabajos en los que la belleza
estaba asociada con la guerra.
P. Usted cita como
ejemplos casi opuestos Elegía para la República
española, que le impactó de
inmediato por su belleza, y el Guernica, de Picasso, al que califica como un cuadro "no
bello".
R. Cuando Picasso pintó
el Guernica lo
hizo como una acusación al Ejército alemán por bombardear esa localidad vasca.
Él quería confrontarlos con una imagen de la atrocidad que habían cometido, un
atentado del que ellos eran responsables. Pero Motherwell, al pintar una
elegía, expresaba la tristeza que sintió ante las esperanzas arruinadas de una
sociedad mejor. Las elegías no son confrontaciones sino lamentos. Son dos
trabajos muy distintos. Picasso quería hacer la antítesis de una obra bella. Él
era capaz de hacer una obra hermosa, pero ya como pintor cubista se había
apartado de las apariencias para concentrarse en la estructura interna del
mundo, una estructura geométrica. Podía ser intelectualmente bella pero no
físicamente bella.
P. En 1984 usted
escribió el libro El fin del arte. El arte ha terminado o muerto varias veces a lo largo de la
historia. Parece algo cíclico, ¿es acaso una forma de renovación teórica?
R. La idea que he estado
desarrollando desde los años ochenta sobre el fin del arte tiene que ver con
una concepción de la historia del arte como una disciplina progresiva. Eso
querría decir que el arte es una empresa en progresión como lo es la ciencia.
En ese ensayo pensé en la pintura histórica, uno de los grandes logros del
siglo XIX en la pintura académica. Al aparecer las imágenes en movimiento, que
eran mucho mejores que los cuadros al articular una narración, la pintura tuvo
que buscar algo que hacer. En el siglo XX los esfuerzos de los vanguardistas
surgieron de una necesidad de definir la pintura. En los años sesenta la
definición filosófica del arte se hizo de pronto evidente. Y una vez que
descubres lo que es la pintura, la investigación termina. Ése fue el fin del
arte. No tenía nada que ver con las protestas. Tenía que ver con una
investigación intelectual colectiva de los artistas interesados en el
significado del sentido del arte. Eso quiere decir que todas las posibilidades
quedan abiertas después del fin del arte, eso es lo bueno.
P. ¿Qué artistas le
interesan a usted ahora?
R. Me interesa casi
todo. Hay ciertos pintores que admiro mucho: Sean Scully, Robert Mangold y Cy
Twombly. Me encanta la pintura abstracta.
P. Una de las más
persistentes ideas que han motivado su pensamiento se refiere a aquello que
hace de un objeto cualquiera una obra de arte. ¿Tienen los museos ese papel, el
de dictaminar qué es arte y qué no lo es?
R. Los museos, galerías
y hasta en la vida cotidiana puedes elevar un objeto cualquiera a la categoría
de obra de arte. Hace unos días tuvimos en el Central Park de Nueva York esa
gran instalación de Christo, The gates. A la gente no le importaba si era una
obra de arte, eran sólo cortinas, pero se sentían seducidos. Y no era sólo
porque lucían bien, quizá el sentido del umbral, que es una forma con un
simbolismo muy poderoso. Caminar a través de umbrales con cortinas te da la
sensación de ir cambiando de estado. Creo que esa instalación tenía un efecto
transformador, era más importante participar que simplemente mirarlo. Si
piensas en la belleza como algo que miras, lo consideras una experiencia
estética. Pero creo que las puertas de Christo y Jeanne-Claude ofrecen una
experiencia moral. Tienes que atravesar uno a uno esos umbrales para tener la
experiencia, algo más allá de la belleza.
P. ¿Lo sublime es un
estado natural de la belleza?
R. El último capítulo de El
abuso de la belleza toma
la idea de lo sublime. Una idea que fue central en la teoría estética del siglo
XVIII y que surgió porque la gente empezó a pensar que la belleza era algo
limitado. Era sólo un asunto de buen gusto y juicio estético. Mientras tanto
buscaban algo más poderoso, algo sobrecogedor. En el siglo XX la gente también
buscó algo más allá de la belleza y la idea de lo sublime fue revitalizadora.
Creo que tiene que ver con la noción de lo infinito, el deseo de una emoción
intensa. Pero no creo que sea algo muy interesante. Las puertas de Christo no
eran algo sublime, por ejemplo. Aunque puedan haber rozado ese logro al
envolver el Reichstag de Berlín, gracias al poder simbólico del edificio. Al
envolverlo y desenvolverlo lo hicieron renacer.
P. ¿Necesitamos la
belleza para vivir?
R. Una de las cosas que
se dicen en el libro apunta a que la belleza es uno de nuestros valores
fundamentales. Es tan importante para la vida como la bondad y la verdad. Pero
no creo que la belleza sea tan importante en el arte. Lo que importa en el arte
es el significado. La belleza sólo tiene un papel si añade algo al significado
de la obra y eso sucede usualmente cuando la obra tiene una función extra,
además de ser mirada. Imaginar un mundo sin belleza es como imaginar la vida
sin bondad. Es algo que nadie querría vivir.
Sobre Danto:
ResponderEliminarhttp://www.margencero.com/almiar/arthur-danto/
JORGE ROARO:
ResponderEliminarPARTE I: DANTO Y SU VISIÓN DEL ARTE
ARTHUR COLEMAN DANTO (1924-2013) fue indudablemente uno de los más influyentes pensadores dedicados en el último medio siglo a reflexionar sobre la naturaleza del arte y el papel que éste juega en nuestro mundo hoy en día; desafortunadamente, eso no significa que este filósofo del arte haya contribuido gran cosa a enriquecer o a ayudar a entender mejor nuestra experiencia estética ante los fenómenos artísticos, ni mucho menos que haya aportado algo concreto que permitiese enderezar un poco el camino que sigue el arte institucional contemporáneo para sacarlo de su actual decadencia y mediocridad. De hecho, me parece que fue todo lo contrario, de modo que en las siguientes páginas trataré de explicar brevemente por qué creo que la influencia filosófica de Danto ha sido francamente negativa para el desarrollo de nuestra visión del arte contemporáneo.