Pasaje de: Sartori, Giovanni (1998) Homovidens. La sociedad teledirigida.
Traducción de Ana Díaz Soler. Madrid, Taurus.
Traducción de Ana Díaz Soler. Madrid, Taurus.
El empobrecimiento de la capacidad de entender
El homo sapiens —volvemos a él—
debe todo su saber y todo el avance de su entendimiento
a su capacidad de abstracción. Sabemos que las palabras que
articulan el lenguaje humano son símbolos que evocan también representaciones
y, por tanto, llevan a la mente figuras, imágenes de cosas visibles y que hemos
visto. Pero esto sucede sólo con los nombres propios y con las «palabras
concretas» (lo digo de este modo para que la exposición sea más simple), es
decir, palabras como casa, cama, mesa, carne, automóvil, gato, mujer, etcétera,
nuestro vocabulario de orden práctico.
De otro modo, casi todo nuestro
vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas que
no tienen ningún correlato en cosas visibles, y cuyo significado no se puede
trasladar ni traducir en imágenes. Ciudad es todavía algo que podemos «ver»;
pero no nos es posible ver nación, Estado, soberanía, democracia,
representación, burocracia, etcétera; son conceptos abstractos elaborados por
procesos mentales de abstracción que están construidos por nuestra mente como
entidades. Los conceptos de justicia, legitimidad, legalidad, libertad,
igualdad, derecho (y derechos) son asimismo abstracciones «no visibles». Y aún
hay más, palabras como paro, inteligencia, felicidad son también palabras
abstractas. Y toda nuestra capacidad de administrar la realidad política,
social y económica en la que vivimos, y a la que se somete la naturaleza del
hombre, se fundamenta exclusivamente en un pensamiento conceptual que
representa —para el ojo desnudo— entidades invisibles e inexistentes. Los
llamados primitivos son tales porque —fábulas aparte— en su lenguaje destacan
palabras concretas: lo cual garantiza la comunicación, pero escasa capacidad
científico-cognoscitiva. Y de hecho, durante milenios los primitivos no se
movieron de sus pequeñas aldeas y organizaciones tribales.
Por el contrario, los pueblos se
consideran avanzados porque han adquirido un lenguaje abstracto —que es además
un lenguaje construido en la lógica— que permite el conocimiento
analítico-científico.
Algunas palabras abstractas
—algunas, no todas— son en cierto modo traducibles en imágenes, pero se trata
siempre de traducciones que son sólo un sucedáneo infiel y empobrecido del
concepto que intentan «visibilizar». Por ejemplo, el desempleo se traduce en la
imagen del desempleado; la felicidad en la fotografia de un rostro que expresa
alegría; la libertad nos remite a una persona que sale de la cárcel. Incluso
podemos ilustrar la palabra igualdad mostrando dos pelotas de billar y
diciendo: «he aquí objetos iguales», o bien representar la palabra inteligencia
mediante la imagen de un cerebro. Sin embargo, todo ello son sólo distorsiones
de esos conceptos en cuestión; y las posibles traducciones que he sugerido no
traducen prácticamente nada. La imagen de un hombre sin trabajo no nos lleva a
comprender en modo alguno la causa del desempleo y cómo resolverlo. De igual
manera, el hecho de mostrar a un detenido que abandona la cárcel no nos explica
la libertad, al igual que la figura de un pobre no nos explica la pobreza, ni
la imagen de un enfermo nos hace entender qué es la enfermedad. Así pues, en
síntesis, todo el saber del horno sapiens se desarrolla en la esfera de
un mundus intelligibilis (de conceptos y de concepciones mentales) que
no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por nuestros
sentidos. Y la cuestión es ésta: la televisión invierte la evolución de
lo sensible en inteligible y lo convierte en el ictu oculi, en un
regreso al puro y simple acto de ver. La televisión produce imágenes y anula
los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con
ella toda nuestra capacidad de entender .
Para el sensismo (una doctrina
epistemológica abandonada por todo el mundo, desde hace tiempo) las ideas son
calcos derivados de las experiencias sensibles. Pero es al revés. La idea,
escribía Kant, es «un concepto necesario de la razón al cual no puede ser dado
en los sentidos ningún objeto adecuado (kongruirender Gegensland)», Por
tanto, lo que nosotros vemos o percibimos concretamente no produce «ideas»,
pero se insiere en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo «significan». Y éste es el proceso que se atrofia cuando el
horno sapiens es suplantado por el horno videns.
En este último, el lenguaje conceptual (abstracto)
es sustituido por el lenguaje perceptivo (concreto) que es infinitamente más
pobre: más pobre no sólo en cuanto a palabras (al número de palabras), sino
sobre todo en cuanto a la riqueza de significado, es decir, de capacidad
connotativa.
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