miércoles, 15 de mayo de 2019

Ariel, de José Enrique Rodó (2)

Capítulo 2

En este capítulo Rodó discute el problema de la unidad del espíritu en una sociedad que percibe en permanente proceso de especialización

Más allá de las vocaciones personales y profesionales, en cada uno debe velar “la conciencia de la unidad fundamental de nuestra naturaleza”, que nos exige ser “un ejemplo no mutilado de la humanidad”, en la que ninguna faceta del espíritu quede anulada. “Hay una profesión universal, que es la de ser humano”. “Donde no puedan ser actores, sean espectadores atentos”, dice Rodó, aludiendo al disfrute y el cultivo de los talentos que otros representan. Más allá de la debida atención a una actividad determinada, no debemos dejarnos llevar por la cultura de la utilidad, sino estar atentos a la “armonía del espíritu, el destino común de los seres racionales”.

Alerta contra el creciente espíritu de especialización que estrecha la inteligencia, ejerce una visión parcial del mundo, deteriora el sentimiento de solidaridad. Alude para ilustrar esta idea a Comte, para quien la excesiva especialización fomenta espíritus “muy capaces bajo un aspecto único y monstruosamente ineptos bajo todos los otros”. Un solo tipo de ideas, el ejercicio de una sola clase de actividad empequeñecen el cerebro. Comte compara al hombre especializado con el obrero dedicado a una tarea fija en la cadena de producción. Para Rodó, el efecto de este espíritu es inspirar una desastrosa indiferencia por el aspecto general de los intereses de la humanidad.

Atenas logró armonizar las diferentes facetas del alma: lo ideal con lo real; la razón con el instinto; el espíritu con el cuerpo. Por eso Macaulay decía que un día en la vida pública de Atenas es un brillante programa de enseñanza.

Rodó ve en la complejidad de la vida de su tiempo un impedimento para lograr esa armonía, solo posible en la sencillez. No obstante, sí debería ser posible una razonable participación en “ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida”, que impida que la dignidad de cada hombre resulte indiferente a los demás.

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