jueves, 14 de marzo de 2019

Ariel, de José Enrique Rodó (1)


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ARIEL es una obra de José Enrique Rodó publicada en 1900 que tuvo una enorme repercusión. En ella, el pensador uruguayo se dirige a la juventud americana para inspirarla a tomar distancia de la actitud utilitarista con la que caracteriza la cultura de los Estados Unidos de América y su creciente influencia en hispanoamérica. 

Rodó, tal como hiciera antes su maestro Renán, alude en su ensayo a algunos personajes de la obra La Tempestad de Shakespeare, y representa esta visión del mundo con la figura de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, "a savage and deformed slave", que en el drama shakesperiano aparece por primera vez en escena diciendo “I must eat my dinner”. Frente a él eleva la figura de Ariel, "an atry spirit", genio sutil que obedece los mandatos de Próspero, el Mago. Ariel, genio del aire, expresa:

- la parte noble y alada del espíritu
- el imperio de la razón y el sentimiento
- el entusiasmo generoso
- el móvil alto y desinteresado de la acción
- la espiritualidad de la cultura
- la vivacidad y la gracia de la inteligencia

CAPÍTULO 1
El primer capítulo de los seis que componen el ensayo, trata de la función renovadora de la juventud en la sociedad y la historia.

Ariel se desarrolla como el mensaje con el que un "venerado maestro, al que solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad", se despide de sus alumnos; para él, hablar a los jóvenes de motivos elevados y nobles es un género de oratoria sagrada.

Rodó destaca que la función de la juventud es provocar la renovación de los ideales con “nueva fe, con tenaz y conmovedora locura”.

Habla de la antigua Grecia, a la que se refiere como “primavera del espíritu humano, una sonrisa de la historia”. Dice

“Hubo una vez en que los atributos de la juventud humana se hicieron, más que en    ninguna otra, los atributos de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de adolescencia encantadora pasó rozando la frente de una raza”. 

Sin embargo, toma la precaución de distinguir esta actitud con la “graciosa espontaneidad del alma, indolente frivolidad del pensamiento, incapaz de ver más que el motivo de un juego en la actividad”. Grecia tuvo la alegría de la juventud, que es el ambiente de la acción. 

Por el contrario, la senectud se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja todo sueño frívolo. Los primeros cristianos se abrieron paso en los corazones de los romanos oponiendo el encanto de la juventud interior (alegría de vivir, esperanza) a la severidad de los estoicos y la decrepitud de los mundanos.

Rodó alude a la pérdida de la fuerza de los ideales, a la desesperanza que detecta en el Siglo XIX. Y se pregunta si en el tiempo venidero los humanos “devolverán a la vida un sentido ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento”. “¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva como lo es de la vida individual?

Reflexiona acerca del papel de la educación: cultivar el espíritu de los hijos con la experiencia de los padres, y el espíritu de los padres con la inspiración innovadora de los hijos.

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